Lo he denominado monstruo porque nos roba los mejores de los momentos y no nos damos cuenta. Nos tiene como adormecidos, haciendo lo que se le antoje, mientras estamos como siendo manejados por unos designios que ignoramos.
Muy pocos no están bajo su dominio... y nadie se percata de lo que está sucediendo. Normaliza lo inusual y modifica nuestras perspectivas, de una forma sutil va adentrándose cada vez más en lo más íntimo de cada persona.
Mientras afuera hay bello atardecer, las cascadas fluyen impetuosas, un arcoíris se vislumbra después de una lluvia, estamos impávidos detrás de una pantalla. Vamos a un concierto a disfrutar, pero la pantalla no nos permite disfrutar al 100%. (Es que debe quedar grabado para no volverlo a ver nunca más) Lo peor de todo es que también nos hace más indolentes; ocurre un suceso trágico, una vida está en riesgo y la pantalla nos impide ayudar, porque “estamos muy ocupado grabando” Hay una familia reunida, pero nadie disfruta porque aunque están juntos físicamente, cada uno tiene una pantalla que lo aleja de su mundo presente y real. También ha sacado lo más vil de las características humanas, cuando de atacar a otro se trata, juicios sin piedad, palabras fuertemente ofensivas que incluso han acabado con muchas vidas y con muchas motivaciones.
Este monstruo se presentó como un amigo, una oportunidad para vivir en un mundo globalizado, donde todos podríamos estar conectados, sin importar la ubicación física... pero se nos está saliendo de las manos. Ya no lo podemos manejar, al contrario, nos maneja a su antojo. Con algoritmos que buscan inhabilitarnos y volvernos inútilmente inoficiosos. ¿Hasta donde llegará esto? Quizás en unos años lo sabremos.
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